EL
MUNDO
11 julio
2019
Los
riesgos de la terapia con testosterona: ni te harás más joven ni más macho
Cristina G. Lucio
Cada vez más hombres usan la
testosterona para combatir el envejecimiento y recuperar el ímpetu sexual. En
España, las recetas se han duplicado en la última década. Pero, lejos de ser
efectiva, esta hormona puede causar graves daños si se usa fuera de su
indicación
«Recobra el vigor». «Recupera tu mejor versión». «No sigas
sintiéndote viejo». «Restaura tu vitalidad»...
Si eres hombre, rozas la mediana edad y ostentas un buen
estatus económico, es muy posible que recientemente te hayas sentido
interpelado por unos anuncios que, desde diferentes plataformas, te invitan de
una forma más o menos velada a vivir una segunda juventud.
La publicidad sugiere que existe una especie de elixir
antienvejecimiento que, por unos 800 euros, puede eliminar tu cansancio,
restañar tu decaimiento y, sobre todo, resucitar el ímpetu sexual que tenías a
los 20.
En realidad, lo que están ofreciendo es testosterona, una
hormona que, aunque se venda como sinónimo de virilidad y fortaleza, no es, ni
mucho menos, un remedio inocuo contra el paso del tiempo.
«Están proliferando los establecimientos que ponen
testosterona a hombres que no tienen ningún problema diciéndoles que así
mejorarán en la cama y potenciarán su vitalidad y energía», apunta Rafael
Prieto, urólogo del Hospital Reina Sofía de Córdoba y ex presidente de la
Sociedad Española de Andrología. «Pero la hormona, en
esos casos, no sólo no provoca estos efectos, sino que les somete a riesgos
innecesarios».
La testosterona, continúa el especialista, es una hormona
clave para el desarrollo sexual que también contribuye al buen funcionamiento
de la masa muscular o los huesos, entre otras funciones. Desde hace décadas, se
usa en la práctica clínica para tratar patologías como el síndrome de Klinefelter, que impiden la producción de testosterona en
los testículos y conllevan importantes alteraciones para quienes la sufren.
Sin embargo, en los últimos años se está multiplicando su
uso fuera de esta indicación, bajo la premisa de que puede contrarrestar los
efectos de la edad y mantener el vigor. Este planteamiento liga directamente la
bajada de los niveles de testosterona que se produce con el paso de los años con
los signos de envejecimiento -como la fatiga, el descenso de la líbido, o la pérdida de masa muscular- y propone que suplir
esa caída permite retrasar la llegada de la tercera edad. Pero la hormona dista
mucho de ser un milagro antiaging.
La testosterona se segrega en grandes cantidades en la
pubertad, cuando las concentraciones en sangre alcanzan entre 500 y 700 ng/dl, explica Enrique Gavilanes,
médico de Atención Primaria que ha estudiado a fondo el esplendor que está
viviendo la testosterona. A partir de los 35, los niveles comienzan a decaer
lentamente, «a razón de aproximadamente un 1% anual hasta niveles de unos 300 ng/dl en los varones ancianos.
Pero no se trata de un descenso patológico. No hay por qué medicalizarlo»,
subraya.
«Es cierto que un varón no tiene los mismos niveles de
testosterona a los 20 que a los 50, pero si sus niveles de la hormona se
encuentran dentro de la normalidad, no va a tener mejores erecciones ni una
mayor fuerza aunque tome hormonas», señala Prieto, al que le preocupa que la
testosterona «se esté administrando alegremente», debido a sus posibles efectos
secundarios.
Lejos de ser la panacea que se presenta, explica, esta
hormona debe manejarse con precaución ya que, por ejemplo, puede incrementar el
riesgo de crecimiento de la próstata (hiperplasia benigna) y favorecer la
progresión de un cáncer prostático preexistente y que aún no hubiera dado la
cara.
También se ha asociado su uso con un incremento del
hematocrito (proporción de glóbulos rojos presentes en la sangre) y la tensión
arterial, así como con problemas como los edemas o la aparición de signos de
feminización corporal, entre otros.
«Además, la
administración de testosterona también produce una infertilidad que no siempre
es reversible, por lo que cualquier varón joven que fuera a recibir esta
terapia debería conocer ese riesgo: si desea tener hijos, no se le debería
indicar», apunta Juan Ignacio Martínez Salamanca, especialista en Urología y
Salud Sexual del Hospital Universitario Puerta de Hierro-Majadahonda (Madrid).
«No puede ponerse a la ligera», coincide Enrique Lledó, responsable de la Unidad de Andrología
y Cirugía Reconstructiva Uretro-Genital del Hospital
General Universitario Gregorio Marañón de Madrid, quien recuerda que en
cualquier tratamiento con testosterona no sólo es necesario evaluar el
historial clínico del paciente y las posibles contraindicaciones, sino también
«hacer un estrecho seguimiento de su evolución», con análisis periódicos sobre
sus niveles de colesterol, hematocrito y PSA, una prueba que se utiliza
habitualmente para evaluar el estado de la próstata.
En Estados Unidos, donde el auge de la terapia con
testosterona ha sido exponencial, la Agencia del Medicamento ha advertido en
varias ocasiones sobre los riesgos del tratamiento. Así, en 2015, obligó a las
farmacéuticas a incluir una alerta en su prospecto sobre un potencial
incremento del riesgo de infarto e ictus en mayores de 65 años. Y hace apenas
tres meses, tras la aprobación de un nuevo producto que se aplica en forma de gel,
volvió a recordar que sólo está indicado en casos de hipogonadismo primario,
«nunca para tratar a hombres con una disminución de la testosterona asociada a
la edad».
La sociedad estadounidense de Endocrinología se ha
pronunciado en el mismo sentido, aunque una revisión de la Agencia Europea del
Medicamento concluyó que «no existe una evidencia consistente del incremento de
problemas cardiovasculares asociados con la testosterona».
Martínez Salamanca apunta que la terapia con testosterona sí
puede ser útil en hombres que, aunque no sufran problemas de hipogonadismo
clásico, sí presenten un déficit objetivo de la hormona -«debido, por ejemplo a
la obesidad»- acompañado de signos claros de trastorno, como disfunción sexual,
regresión de las características masculinas o síntomas depresivos, entre otros.
Pero en estos casos, añade, «no sirve con un simple análisis de sangre» -como
proponen algunas clínicas- para saber cuáles son sus niveles de testosterona,
sino que deben realizarse distintas mediciones en el tiempo, teniendo en cuenta
diferentes parámetros, como la testosterona total y la testosterona libre. «Un
valor aislado bajo no significa nada», señala.
Además, «siempre hay que hablar claramente con el paciente
de los pros y contras y realizar un seguimiento estrecho».
La fotografía del mercado mundial de la testosterona muestra
un auténtico boom. Según un estudio realizado por Global Industry
Analysts, en 2012, estos productos movieron unos
2.000 millones de dólares, una cifra que se espera que aumente a los 3.800
millones en 2022. En nuestro país, el incremento también ha sido notable.
Fuentes de la Dirección de Farmacia del Ministerio de Sanidad confirman que las
recetas de productos con testosterona pasaron de 158.217 en 2009 a 365.872 en
2018; un incremento del 131%.
Para Enrique Gavilanes, lo que está ocurriendo con la
testosterona «es un ejemplo paradigmático de disease mongering», el término que en la jerga médica se emplea
para hablar de la medicalización interesada de
procesos fisiológicos como el envejecimiento.
«La expansión del tratamiento arrancó tras la aprobación por
la Agencia Estadounidense del Medicamento en 2000 de la primera testosterona en
forma de gel», comenta. A partir de ahí, se produjo una intensa campaña de
propaganda, que animaba directamente a los varones «a recuperar la masculinidad
perdida». Y la mecha no tardó en prender «en una sociedad competitiva como la
estadounidense», que recibió con los brazos abiertos «un nuevo tratamiento que
decía poder revertir la decrepitud».
Sin embargo, añade, la hormona no es ese bálsamo milagroso
que prometen. «Pese a estas cifras de ventas, la terapia con testosterona no ha
demostrado ningún beneficio clínicamente significativo en estos pacientes, se
ha asociado a importantes eventos adversos y se desconoce la seguridad a largo
plazo del tratamiento».
Envejecer no sólo es cuestión de testosterona, pero, si te
preocupan tus niveles de esta hormona, la buena noticia es que no hace falta
recurrir a un fármaco para hacer que suban. La Fundación Española del Corazón
te da la receta: duerme bien, reduce el estrés y haz ejercicio de alta
intensidad media hora al día.